Rafael Castellanos Solana
SOFIA
ESTO QUE VOY A CONTAR a
continuación no tiene gracia ni pretende tenerla. Sé que en el aire flotan
voces y almas y que la noche está llena de luces invisibles al ojo humano.
La vida da muchas vueltas
desde la muerte y viceversa.
Lo que voy a contar me
sucedió una madrugada del mes de julio del año 2006, regresando de una función
del Festival Internacional de Teatro Clásico y, aún hoy, no se la he revelado a
nadie. De hecho, esta es la primera vez que lo cuento.
Eran, aproximadamente, las 5
o las 6 de la madrugada, no sé, y el sitio elegido fue la curva del cementerio
de Granatula de Calatrava. Viajaba sólo pues en aquella ocasión mi acompañante
era del mismo Almagro, así es que después del teatro la invité a cenar, ella me
invitó a su casa y luego sobre esas horas regresé a la mía.
Casi llegando al cementerio
de Granatula, vi a lo lejos algo que se movía entre las señales de tráfico.
Pensé que sería algún perro o algo por el estilo pero, conforme iba llegando a
su altura y reduciendo mi marcha, comprobé con no poca sorpresa que se trataba
de una persona que me hacía señas para que detuviera el coche. Así lo hice. Era
una mujer de unos 28 ó 30 años. Era guapa, muy guapa. Sí, ya lo creo que sí.
Fue en ese momento cuando me
vino un pensamiento estúpido a la cabeza. Como si de un rayo se tratara, pensé
que aquello podría ser una trampa. Que alguien más estaría por allí escondido o
escondida en la cuneta para asustarme. Pero me armé de valor y bajé la
ventanilla y sin darme tiempo a preguntarle qué hacía a esas horas por allí, me
dijo:
-¿Vas para Aldea del Rey?
-No exactamente, pero puedo
pasar por allí si quieres. Sube.
Y así lo hizo.
Ya he dicho que era guapa,
muy guapa. Tenía los ojos azules y llevaba un precioso vestido blanco.
-¿Puedo preguntarte algo?
–le solté.
-Ahórratela porque la sé. ¿Qué
hace una chica como yo en un sitio como este a estas horas? Pues aunque parezca
mentira, he discutido con mi novio y me ha dejado tirada en Granatula. Así es
que la única posibilidad que tenía de volver a casa era esta –me contestó de corrido.
-Pues no sabe lo que ha
hecho –pensé un tanto libidinosamente. ¿Y esa mancha en el vestido? –le
pregunté.
-¿Esta mancha? De Coca-Cola.
El muy cerdo me la vertió durante la cena y mira cómo me ha dejado el vestido,
recién estrenado.
Y así siguió nuestra
conversación durante el trayecto.
Entrando ya en Aldea, me dio
su teléfono y la dejé en su puerta.
-¿Nos llamaremos? –le pregunté.
-Seguro que sí. Me has caído
bien –me dijo.
-Tú a mi también. Hasta
luego. Que descanses. Y no te preocupes, que estamos muchos hombres en el mundo
para que te quemes por uno solo. Por cierto ¿cómo te llamas?
-Sofía ¿y tú?
-Rafa. -Hasta luego.
-Hasta luego.
Y guardé el papel con su teléfono
en el bolsillo de mi camisa que colgué en mi armario cuando llegué a casa y
olvidé aquel asunto durante unos días.
Cuando mi madre descolgó la
camisa a los pocos días para lavarla me dijo que había dejado encima de mi
escritorio un papel que tenía en el bolsillo y cuando lo cogí me acordé
irremediablemente de ella.
Aquella misma tarde la
llamé.
-Hola. Buenas tardes.
Quisiera hablar con Sofía, por favor.
E, inmediatamente, me
colgaron la comunicación.
-Lo mismo me he equivocado,
-pensé.
Volví a marcar.
-Hola. Buenas tardes.
Quisiera hablar con Sofía, por favor.
Y un silencio que duró unos
4 ó 5 segundos fue interrumpido por una voz de hombre que contestó con la voz
entrecortada y de muy mala gana.
-Lo siento. Sofía no vive ya
en esta casa.
-Pero no puede ser
–contesté. Si hace unos días la dejé en la puerta porque había discutido con su
novio y estaba haciendo autostop.
Y, en ese preciso momento,
se volvió a cortar la comunicación.
Como era tarde de sábado y
la conversación, si es que se pudiera llamarse así, con aquel hombre, que no
sabía quien era, no me acabó de convencer cogí el coche y me dirigí a Aldea del
Rey.
Aparqué el vehículo 2 ó
-Hola, buenas tardes. Llamé
por teléfono hace un rato. Mi nombre es Rafa y pregunto por Sofía –dije.
-¿Qué quiere de ella?
–preguntó el hombre que no dejaba de mirarme de arriba abajo.
-Mire –dije. Me la encontré
hace unos días haciendo autostop y la traje hasta esta misma puerta en mi
coche. ¿Puedo pasar y hablamos?
El hombre, sin fiarse mucho
de mí, al final accedió y con un gesto de cabeza me indicó que entrara y así lo
hice.
-Pase por aquí –me dijo.
-Gracias. Pues como le iba
diciendo el sábado pasado me encontré a… supongo que sería su hija ¿no?, que
estaba haciendo autostop y la traje hasta aquí
y me gustaría saber qué tal le va.
-Si se refiere a Sofía, sí,
era mi hija –dijo el hombre.
-¿Cómo… que era?
-Sofía murió justo hace un
año en un accidente de tráfico. Venía con su novio en el coche, discutieron y a
él se le fue el volante y se estamparon contra la tapia del cementerio de
Granatula de Calatrava. Ella llevaba un precioso vestido blanco que su madre y
yo mismo le regalamos por su cumpleaños. La amortajamos con ese mismo vestido.
-Pero… no puede ser… si ella
estaba viva.
-Por favor, no siga. Sofía
está muerta.
-No, no está muerta. Ella me
habló. Ella subió a mi coche. Ella me dio este papel con su número de teléfono.
En ese momento le extendí el
papel al padre, quien reconoció la letra de su hija.
-¿Ve cómo no le engaño?
-Pero… no puede ser
–contestó el padre casi llorando.
-El vestido… el vestido que
llevaba su hija cuando murió… ¿tenía alguna mancha?
-Sí, sí tenía una. ¿Cómo lo
sabe?
-Ella me dijo que su novio
le había vertido encima la coca-cola durante la cena.
El hombre comenzó a llorar y
las lágrimas inundaron sus ojos. Con un gesto de la mano me hizo pasar tras él
a una habitación.
-Mire –me dijo- ésta es la
habitación de Sofía. Todo está tal y como ella lo dejó el mismo día de su
muerte. Ni su madre, que en estos momentos está en misa, ni yo hemos querido
tocar nada ni ninguno de los dos hemos vuelto a pasar a ella.
Miré con detenimiento la
habitación de Sofía. Vi su cama, su escritorio con algunos libros de Lorca y
una foto encima de su mesilla de noche. Allí estaba ella, sonriente, con
aquellos ojos azules que vi frente a mi tan solo una semana antes. No me lo
podía creer. Sofía estaba muerta y yo allí en su casa, con su padre.
En ese mismo momento, cuando
me volví y me encontré al padre de Sofía frente a mí, dos lágrimas recorrieron
mis mejillas y no acerté sino a decirle:
-Lo siento. No sé porqué me
tuvo que elegir a mí.
El padre de Sofía se me
quedó mirando fijamente a los ojos.
-Joven ¿puedo hacerle una
pregunta?
-Por supuesto…
-Mi hija… ¿Cómo la vio
usted? ¿Cree que era feliz?
Le contesté enjugándome los
ojos.
-Yo diría que sí. Que su
hija es feliz allá donde quiera que esté en estos momentos. No me pregunte los
motivos porque no los sé, pero yo diría que sí.
Después de esto, aquel
hombre me abrazó sin saber porqué. Han pasado ya casi 3 años desde entonces y
tengo la sensación de que nada ha vuelto a ser como había sido hasta entonces.
He vuelto a pasar por aquel sitio sobre esas horas quizá adrede intentado
provocar, de nuevo, la visita de Sofía pero hasta hoy no ha vuelto a aparecer.
Incluso he estado tentado de visitar el cementerio de Aldea del Rey para ver
donde está enterrada pero no sé si estará allí o estará incinerada. Su padre no
me dijo nada al respecto ni yo le pregunté.
Espero que a mi muerte la
vuelva a ver en el más allá, donde quiera que esté o estemos, para preguntarle
porqué me eligió a mi aquella noche y con qué motivo lo hizo. Hasta siempre Sofía.