Las eras. ¿Qué son las eras? Estamos tan familiarizados en nombrarlas tan
asiduamente, que creemos que aún existen, y no nos hemos dado cuenta de que
las hemos perdido. Siguen estando en nuestro vocabulario y en nuestro
recuerdo, porque son signos y formas del pensamiento; pero sólo son
territorios del pasado y de la memoria, ya no existen. Las próximas generaciones
no tendrán motivos para hablar de ellas, habrán desaparecido hasta de su
vocabulario. Ellos perdieron (los signos y las formas) la ocasión y la
posibilidad de plantearse y de
forjarse el pasado de este pueblo desde
estos sutiles y enigmáticos empedrados. Ellos perdieron el término y la
particularidad sobre estos lugares, como nosotros fuimos perdiendo la
costumbre de trillar las parvas y de aventar el grano en estos espacios y en esos
atardeceres, aprovechando ese sol más débil en los meses de estío y bajo esa
luz larga, que se prolongaba en estos parajes hasta anochecer; momentos
favorables para realizar tan laboriosas faenas. Para concluir ayudados de
bieldos, horcas, palas, serillas, espuertas, harneros, fanegas…, en los
dorados montones de grano, colosales y gigantescos, expuestos en medio de las
eras, y las bandadas de pájaros revoloteando sobre ellos, celebrándolo,
cebados y embebidos en el alimento fácil.
Granátula: su
significado, Pequeñas Paneras o Graneros. ¿En dónde se conseguía llevar todo
esto a cabo? ¿En qué fábricas, con qué maquinarias? Nuestros antepasados no
tenían estas cosechadoras ni tanto adelanto como hoy tenemos, “que nos
facilitan la vida y nos hacen renegar del pasado”. ¡Eran más laboriosos y más
artesanos! Tenían los brazos fuertes, la tez curtida de soles y las manos
grandes, para segar las mieses y atar en haces los campos; y estas pequeñas
eras, en donde desempeñar y poder llevar a cabo tan laboriosa tarea. Estas
pequeñas eras, que cada cual hemos ido heredando como legado de los nuestros
y como testimonio del pasado.
¿Cómo fue, cuándo pudo haber sucedido? ¿En qué descuido, en qué momento de
torpeza pudimos llegar a cometer tal fechoría, gobernados por qué instinto
inconsciente y destructor? Si nuestros progenitores pudiesen ver en qué hemos
convertido tan fidedigno paraje, ¡qué espanto! Cómo hemos podido llegar a
este estado de indiferencia, de menosprecio y de destrucción.
Cómo hemos podido olvidar
tanta tradición y tanta cultura como duerme en estas eras, tanto esfuerzo y
tanta batalla como se ha librado en estos empedrados y en estos campos. ¡Qué
espanto! Todo ha quedado sepultado y olvidado como si nada de esto hubiese
existido. Qué pobres y qué ingratos somos. ¡Qué miserables! Hemos destruido
lo poco que teníamos, lo poco que nos quedaba, los signos de la memoria y del
pasado, nuestro legado más inmediato. Hoy una caseta mañana otra, hoy una
chabola mañana un cobertizo. He aquí nuestro panorama, ingenuamente
destruido, consentido y deliberado por nuestros benefactores y gobernantes,
este enigmático paraje sin igual en toda la provincia. Quiero
lamentar con todos tan semejante pérdida. Un pueblo que no considera su
cultura y destruye sus signos (señas de identidad de su pasado) se vuelve
embrutecido y bárbaro.
Un pueblo como Granátula, con su tradición, su historia, su cultura: en cuyas
tierras moraron romanos, visigodos y mauritanos; y tuvo hijos tan ilustres
como Anacleto José Meoro, Agustín
López Carretero, y el tan insigne y popular General
Espartero…, no puede ser tan ingrato y tan desconsiderado. Toda esa cultura
pasada del mundo labriego y pastoril, representada tanto en la literatura
como en la pintura y escultura de nuestros artistas, tiene su reflejo y se
sobreentiende con la visión de estas eras y estos campos, cómo explicarlo de
otra manera. Su pérdida es una oclusión de signos, y una transformación de
referencias. Un Parque Natural es lo que se merece este espacio, un parque de
reconocimiento. Bien se podía haber respetado y haberse convertido en un
lugar representativo, donde habernos sentido orgullosos de nuestra cultura,
como homenaje a nuestros antepasados. ¡Lamentable! De nunca sus alcaldes
fueron considerados con la cultura de nuestro pueblo. Quiero manifestar aquí
mi más profundo rechazo a esta brutal hegemonía y atropello. No quiero ser
partícipe de esta barbarie desencadenada en este paraje insólito de las eras.
“Está bien” que hayamos transformado los pajares, los graneros y las cuadras
de las casas en nuevos habitáculos; pero este espacio a las salidas del
pueblo, a poniente y ante la cercanía de los cerros, estas eras tan
estratégicamente situadas y tan elocuentemente establecidas y configuradas,
eran un espacio protegido, reservado, un lugar idóneo y privilegiado por
cualquiera que supiera apreciar nuestro entorno, con una gran carga de
riqueza, cultural y de pasado. No nos pertenecía su desagravio y su
profanación. No se merecían este trato, tan desconsiderado por parte de los
hijos de Granátula…
|