Los libros, como las
obras arquitectónicas, suelen adoptar diferentes técnicas y temáticas
dependiendo de su finalidad y de la materia que se utilice para erigirlas. Hay
construcciones simples, funcionales, y hay otro tipo de construcciones más
ambiciosas, de grandes paramentos y envergadura, con mayores pretensiones, como
suele haber iglesias y catedrales, puentes y acueductos, minaretes y castillos.
El libro “Más allá de la llanura” (*),
de Pedro A. González Moreno, lleva las pretensiones y la cimentación de esas
grandes construcciones: esa solidez de la piedra y esa argamasa bien tratada con
que se levantan las grandes obras.
Esta
obra por su temática se sitúa dentro del género de la literatura viajera, y
viene a trazar una serie de rutas o itinerarios a lo largo de la provincia de
Ciudad Real, si no con una técnica fotográfica y descriptiva de estas comarcas,
sí al menos perfilándonos desde sus propias vivencias, los relieves de una
“geografía sentimental”; recreándose, eso sí, literariamente y siendo siempre fiel
a la realidad histórica y paisajista: “La provincia de Ciudad Real, más allá de
la llanura manchega, tiene espacios que andan un poco perdidos en los mapas”,
como viene a decirnos su autor. “Este libro pretende, pues, ir más allá de los
límites de la llanura, llegar hasta esos caminos y esos pueblos por donde no
vagó la silueta de Rocinante”.
Lo
que Pedro A. González pretende con esta conquista de la llanura es un cambio de
imagen para Castilla-La Mancha. Y nos habla de ese edificio donde ha de
asentarse una autonomía sólida y donde han de forjarse nuestros impulsos de
autoafirmación: una identidad regional en la que reconocernos.
Y
hace un llamamiento a nuestras conciencias y a nuestro sentido cívico y humano,
enseñándonos a ver y a valorar la verdadera riqueza y belleza de nuestros
pueblos y nuestros paisajes, instándonos a proteger y a salvaguardar sus
verdaderas esencias y su verdadera identidad, como única vía posible para
mantener y perpetuar nuestras raíces y nuestra idiosincrasia.
Un llamamiento para que
todos los pueblos, unidos en un mismo proyecto y con el mismo fin, sepamos
darle a nuestra región la dignidad que merece, la dignidad de una cultura en la
que todos nos sintamos comprometidos; y en la que artistas, intelectuales,
poetas y creadores podamos reconocernos. Un llamamiento que el autor hace evocador
recurriendo al paisaje de la memoria, al paisaje de la infancia y de los
recuerdos, a las costumbres y al pasado de nuestros orígenes.
Pedro A. González propicia una mirada al pasado y
nos recuerda el tiempo en que por estas tierras anduvieron castellanos y
sarracenos, romanos y calatravos. Y nos recuerda las piedras y la sangre con
que nuestros antepasados levantaron y defendieron estas llanuras y estas
fortalezas, sensibilizándonos a veces ante la visión inminente de sus ruinas.
Unas desoladas ruinas que ya nadie parece detenerse a mirar ni a recordar sus
leyendas.
González Moreno, a lo largo de estos
capítulos, va analizando la condición de la sociedad manchega de los últimos
tiempos; los cambios que ha ido experimentando el paisaje de los pueblos,
debido a la emigración de sus gentes y a la agresión innegable del cambio
climático, que han convertido a veces estos campos en verdaderos secarrales, al
tiempo que hemos ido viendo cómo se incorporaban al entorno las nuevas
tecnologías: las hélices de los parques eólicos, las placas termosolares, o los
nuevos armatostes de las máquinas de riego.
Para
adentrarse en estas comarcas, el autor a veces recurre a la fabulación y
realiza un viaje imaginario en tren por estas llanuras hacia los Ojos del
Guadiana, o se vale del curso de los ríos, siguiendo sus cauces, para
“adentrarme –dice– en sus más desconocidos lugares, en sus rincones más
inexplorados, en sus arideces más inhóspitas o en sus frondas más idílicas”. Y,
otras veces, nos va haciendo una interpretación del Quijote a su paso por esos
pueblos de cal, tan típicos, y tan quijotescamente célebres, como Argamasilla
de Alba, Puerto Lápice o Campo de Criptana…
Lo
que el autor pretende con estos viajes es irnos mostrando la verdadera cultura
e idiosincrasia de los pueblos manchegos, a veces dormida, y a veces olvidada o
ignorada por sus propios moradores. Y valora cómo unos han logrado adaptarse a
los cambios y a los tiempos, y cómo otros no han sabido ver su verdadera
riqueza. Cómo unos han logrado salvaguardar su identidad y su cultura, y cómo
otros, a causa de la desidia o de la ignorancia, han acabado siendo víctimas de
su propia ruina, o “de esa terrible amnesia que les sobreviene a los pueblos
cuando se quedan huérfanos de su propio pasado”.
Con un
lenguaje poético
Utilizando una técnica “donde se
funden los rasgos propios del género narrativo con las características más
reflexivas del género articulístico”, nuestro autor va dejando constancia de su
paso por estas tierras. Con un lenguaje poético, preciso y desbordante de
lirismo, inventa el agua, inventa el color, el aire con el que va llenando el
paisaje, el cauce de los ríos. La imaginación fluye por donde va pasando, y
siguiendo su caudal cruza sobre los puentes y bajo sus arcos, se recrea ante la
percepción de la naturaleza, se remansa en las charcas, en las hoces, en los regatos…
Entra en los pueblos allegados, visita sus rincones más pintorescos: sus patios
de cal, sus calles blasonadas, sus plazas solariegas; sus iglesias, sus
castillos, sus monumentos; rebusca en los yacimientos del pasado, da una
pincelada de historia y continúa su curso hacia otros pueblos.
González Moreno nos
habla, insistentemente, del agua y de los ríos, con un caudal de expresión y
una calidad de imágenes desbordantes; recreado en una cartografía de memoria y de
espejismos, tan efectivos y virtuosos que llegamos a creer en ellos: Los Ojos
del Guadiana, las Tablas de Daimiel, el Azuer, el Ruidera, el Jabalón, el
Záncara, el Cigüela, el Tirteafuera, el Estena, las tablas del Bullaque....
¿Acaso no fue ésta la técnica que utilizó Cervantes en su Quijote, haciéndonos
ver gigantes donde sólo había molinos? Y también nos habla de molinos como los
de Criptana, de Herencia o Fuente el Fresno. Y de los castillos de Alarcos, de
Calatrava
Y nos habla de Anchuras y
Cabañeros, del Valle de Alcudia o Minas de Horcajo, del Campo de Montiel y del
Campo de Calatrava, trayéndonos siempre a colación, y como parte de su
argumento, la mención de ciertas obras literarias, o figuras de ciertos
personajes afines a esta tierra, como los poetas y literatos Juan Alcaide,
Eladio Cabañero, García Pavón, Félix Grande, Ángel Crespo, Sagrario Torres; los
pintores de Tomelloso y Valdepeñas
Con un uso proverbial
del lenguaje, majestuoso y rico en adjetivaciones como el mejor Umbral, Ortega
en El Espectador, o Unamuno en su Viaje por España y Portugal, el autor va conjugándonos
su prolífica obra con una serie de rutas y descripciones paisajistas;
narrándonos sus impresiones y vivencias por esta cartografía idílica de la
planicie, conquistando(nos) la llanura literariamente para nosotros, para
nuestro embeleso y nuestro delirio.
Se arma
caballero
Lo que el autor nos ofrece en
“Más allá de la llanura” es “una visión literaria de nuestros paisajes y
nuestros pueblos (tan marcados siempre por el tópico quijotesco)”. “Un canto en
homenaje a esta hermosa y desamparada tierra (...), articulado siempre en torno
a ese eje temático común de las raíces, la identidad, la cultura o el
paisaje”.
En estos tiempos en que incluso
las letras han sufrido sus duelos y quebrantos, y están sometidas a rigurosos
patrones genéricos, González Moreno se ha atrevido a decir las cosas como son,
como se sienten, sin ataduras en el lenguaje: “Ahora, cuando va haciendo
demasiado tiempo ya de casi todo, era el momento de dejar la voz en libertad”,
nos dice, con esa gran fidelidad a la tierra y a sus propias convicciones.
Nuestro autor, como hiciera Don
Quijote por estas llanuras, se arma caballero y, lanza en ristre, arremete
contra todo desatino o sinrazón, saliendo en defensa y protección de esta
agraviada tierra: en defensa del agua y de los ríos, de los humedales
degradados por la sobreexplotación de los acuíferos; de los volcanes, demolidos
por las excavadoras. En defensa de los castillos y demás monumentos,
erosionados por el tiempo, el olvido y
“Un canto que es al mismo tiempo lírico o
narrativo, reflexivo o crítico, fantástico y realista, elegíaco o
reivindicativo, pero nacido siempre del amor más profundo” por la tierra.
Una geografía
mágica
Había que escribirlo, sí, había
que conquistar esta llanura, pero nadie podía imaginar este libro, esta
monumental obra. Nadie podía imaginar este paisaje tan característico, tan bien
labrado literariamente y tan laboriosamente cultivado: estos campos, estos
pueblos, estos ríos en nuestra llanura; este caudal sonoro, esta fluidez de
expresión, “esta geografía mágica donde todo puede hacerse posible”.
Es
un libro encantador, un libro para conquistarlo. Y Pedro A. González Moreno
supo encontrar la forma de llevarlo a cabo, y de hacerlo, además,
magistralmente. Por todo ello, “Más allá de la llanura” es un libro que se
debería leer en todas las bibliotecas y en todos los ámbitos escolares de
nuestra región.
Los
castellano-manchegos estamos de suerte y de enhorabuena: alguien se ha acordado
de nosotros y eso es digno de celebración. Un libro no aparece todos los días,
y menos que hable de los castellanos manchegos, de la provincia de Ciudad Real,
de todos sus pueblos, de todos sus ríos, de todos sus paisajes; de todos
nosotros, de nuestras costumbres, de nuestros hábitos y de nuestros orígenes. Y
estamos de enhorabuena, además, porque su autor es de la tierra, paisano
nuestro, castellano-manchego de Calzada de Calatrava.
Es
un libro que hay que leer, para encontrarnos, para saber un poco más de
nosotros; para ser un poco más críticos y más consecuentes con nosotros mismos
y con todo lo que concierne a nuestra tierra.
(*)
Editado en
(Publicado en El Lanza, el 20 de junio de 2009)